miércoles, 16 de diciembre de 2009

Puñalada


Es la hora de las libélulas, hay luz todavía
pero no quiero buscar su sombra en la distancia
no la encontraría nunca, mi puñalada en el pecho, nunca
prefiero recordar en la tarde su resplandor inmóvil
el perfecto orgullo humilde de su cuerpo
recortado en el borde de la loma como una ofrenda.
De todas mis inquietudes para él la menor
era desenredar y alisar de su crin los hilos siempre
esos hilos cálidos y cremas como chorros de leche
que salieran de ubres tiernas en el frío amanecer
esos hilos de oro en el sol alto del mediodía
esos hilos brillantes como sus ojos
bravos como su galope, extendidos en el viento
aquel viento que nos bañaba en el camino
a los dos, centauro feliz que contemplaba la vida
antes de que aquella puñalada me quitara mis pies
mi alma, mi fuerza, mi velocidad, mi calma…

Dances with wolves

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